La tensión entre Donald Trump y China sigue en aumento, con implicaciones cada vez más serias para la economía global. El expresidente se enfrenta a una nueva semana marcada por la volatilidad de su guerra comercial, mientras crece la urgencia de contener un conflicto que él mismo inició y que podría tener consecuencias profundas para Estados Unidos.
Por su parte, el presidente chino Xi Jinping ha ignorado hasta ahora las presiones de la Casa Blanca para entablar un diálogo directo con Trump, especialmente después de que EE. UU. impusiera aranceles del 145% a productos chinos, provocando una confrontación directa entre las dos mayores potencias económicas del mundo.
Trump intenta calmar a la opinión pública asegurando que mantiene una “excelente relación” con Xi, aunque no ha conseguido abrir un canal de negociación real. Mientras tanto, los mercados temen un nuevo colapso y los ciudadanos podrían enfrentarse a dificultades económicas tangibles.
«Ambas partes podrían sufrir terriblemente en una guerra comercial a gran escala, y los consumidores estadounidenses podrían verse afectados por la escasez y el aumento de los precios.»
A pesar de este clima de incertidumbre, Trump parece cómodo en la confrontación. Este fin de semana, recibió una ovación en un evento de artes marciales mixtas (UFC) en Florida, donde se presentó como un combatiente nato y calificó su recibimiento de “legendario”, insistiendo en que “estamos haciendo un buen trabajo”.
Sin embargo, su enfrentamiento con China es mucho más que un espectáculo: es una contienda con ramificaciones económicas profundas. Las economías de Estados Unidos y China están estrechamente conectadas. EE. UU. depende de productos electrónicos, minerales estratégicos, medicamentos, textiles y calzado provenientes de China, mientras que las exportaciones agrícolas estadounidenses —como la soja o el sorgo— dependen en buena medida del mercado chino. Los nuevos aranceles, tan altos por ambas partes, amenazan con paralizar ese comercio.

Una guerra comercial total podría perjudicar gravemente a ambos países. En el caso de EE. UU., se traduciría en escasez de productos, aumento de precios y tensión en sectores clave. Algunos analistas sostienen que China, al contar con un régimen autoritario, tendría mayor capacidad para absorber el impacto económico sin ceder ante la presión pública, lo que podría darle una ventaja estratégica.
La credibilidad de Trump como negociador quedó en entredicho tras suspender inesperadamente durante 90 días los aranceles recíprocos a decenas de países, justo cuando el mercado de bonos comenzaba a reflejar señales de inestabilidad financiera. Ese gesto, interpretado como una retirada táctica, seguramente fue observado con atención en Pekín. No obstante, poco después endureció su postura, aplicando el agresivo arancel del 145% contra China en lo que pareció un intento por recuperar terreno político.
La confusión aumentó el viernes por la noche, cuando la Casa Blanca eximió temporalmente del arancel máximo a los smartphones y ordenadores importados desde China, en un aparente reconocimiento de que esas medidas podrían golpear a la industria tecnológica y a los consumidores de EE. UU. Sin embargo, el domingo se anunció que esos productos seguirán sujetos a nuevos aranceles —aunque menores— en las próximas semanas, lo que dejó aún más dudas sobre la estrategia del Gobierno.
Trump trató de despejar esas dudas en su red Truth Social, donde escribió: “¡NADIE se está librando de los abusos comerciales y las barreras arancelarias injustas que otros países han impuesto contra nosotros, especialmente China, que es la peor con diferencia!”. Negó haber otorgado exenciones, asegurando que los productos simplemente se han reclasificado bajo otra categoría arancelaria, y acusó a los medios de manipular la información.



